martes, 10 de abril de 2012

Mantiene Cuba su condición de cantera número uno del béisbol en la América Nuestra


Por Juan E. Batista Cruz

Fotos: Tomadas de Internet
El 14 de enero de este 2012 se cumplió el aniversario 51 de la I Serie Nacional de Béisbol, inaugurada en esa fecha de 1962 por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz en el Gran Stádium de El Cerro (hoy Latinoamericano), donde se habían celebrado, hasta febrero de 1961, los Campeonatos de la Liga Invernal Profesional, animada por los equipos Habana, Almendares, Cienfuegos y Marianao.
En aquella ocasión, el máximo dirigente de la Revolución Cubana, quien bateó la primera bola, profirió una frase de extraordinaria significación histórica: “Este es el triunfo de la pelota libre sobre la pelota esclava”, en referencia directa a la eliminación del profesionalismo en el deporte cubano y, específicamente en el caso del béisbol, disciplina número uno en la preferencia de los habitantes de la Isla.
Los escépticos auguraron el fracaso de aquella competencia que nacía bajo el signo del deporte puro, libre de mercantilismo. Los nuevos actores del gran espectáculo debían convencer a un público exigente y conocedor, de que el país podía prescindir de las  rutilantes estrellas que, en un alto porcentaje,  brillaban en las Grandes Ligas de Estados Unidos.
Pero, como la calidad no es patrimonio del profesionalismo, poco a poco y con la entrega absoluta de los nuevos protagonistas, el espectáculo mantuvo su alta calidad, primero con Occidentales, Orientales, Azucareros, Habana e Industriales y posteriormente por la acción de las novenas de cada una de las nacientes provincias. El triunfo fue absoluto y las series nacionales redujeron a recuerdos de otros tiempos, a leones, alacranes, tigres y elefantes.
El público cubano, que sabe valorar la calidad de un torneo de béisbol y a sus principales figuras, comenzó a reconocer a hombres de la talla de Manuel Alarcón, Miguel Cuevas, Alfredo Street, Pedro Chávez, Agustín Marquetti, Santiago “Changa” Mederos. Roberto Valdés, Walfrido Ruiz, Armando Capiró, Braudilio Vinent, José Antonio Huelga, Fermín Laffita, Wilfredo Sánchez, Rigoberto Rosique, Félix Isasi, Rodolfo Puente, Agustín Arias y otras luminarias de los primeros 10 años de la Gran Fiesta que es la Serie Nacional.
Y como Cuba es una cantera inagotable de grandes peloteros, a los fundadores siguieron otras generaciones estelares de las cuales basta señalar unos pocos nombres para justificar el quehacer casi invencible del béisbol cubano en los torneos aficionados como Campeonatos del Mundo, Juegos Panamericanos y Centroamericanos, Copas Intercontinentales y de la Olimpíada, desde el debut de este deporte en la cita de Barcelona, España, en 1992.
Entre esos brillantes jugadores ofrecer unos pocos nombres  es suficiente: Antonio Muñoz, Lourdes Gourriel, Víctor Mesa, Luis Giraldo Casanova, Jesús Guerra, Julio Romero, José Luis Alemán, Omar Linares, Antonio Pacheco, Orestes Kindelán, Germán Mesa, Juan Padilla, Javier Méndez, Pedro Medina, Alberto Martínez, Juan Castro, Rogelio García Alonso, Jorge Luis Valdés, Félix Núñez. Luis Ulacia, Alfonso Urquiola, Pedro José Rodríguez, Lázaro Valle, Fernando Hernández, Ermidelio y Osmani Urrutia. Sin embargo, otros muchos   prestigiaron y prestigian el béisbol mundial como integrantes de los equipos Cuba.
¿Quién puede negar que más del 50 por ciento de esos atletas, podrían  desempeñarse en las Grandes Ligas de Estados Unidos? Creo, sinceramente, que nadie es capaz de ello. Sucede que en Cuba reina la pelota libre, la que triunfó hace más medio siglo, para bien del deporte limpio, sin mercantilismo y transacciones escandalosas, en las cuales los hombres se convierten en artículos de intercambio, en cosas, a merced de quienes se enriquecen con el jugoso negocio que es el béisbol.
Los peloteros cubanos juegan por el salario que devengan en su centro de trabajo y su objetivo supremo es regalar un espectáculo digno del esfuerzo que realiza su pueblo para llevar adelante una sociedad más justa y equitativa frente a la creciente agresividad de sus enemigos, encabezados por el vecino del norte, denunciado desde finales del siglo pasado por nuestro José Martí, quien afirmó categóricamente: “Viví en el monstruo y le conozco las entrañas”.
Hoy se alzan voces que proclaman a República Dominicana principal cantera del béisbol profesional  en América Latina, como también destacan el aporte considerable de Puerto Rico, Venezuela, Panamá y México, fundamentalmente. Y no les falta razón. En la actual pelota rentada, sí; pero eso no significa que sea la nación que represente la máxima calidad del deporte de las bolas y los strike en esta parte del mundo.
Cuba, sin embargo, sigue siendo el país que más peloteros de calidad tiene en el territorio de la América Nuestra.Recuérdese que su ausencia de la llamada Gran Carpa, está dada porque ellos no están en el mercado del béisbol; la inmensa mayoría no se vende y un buen porcentaje de aquellos que cedieron al influjo de los millones que ofrecen los jerarcas de ese negocio, han triunfado después de formarse aquí, precisamente por la excelencia de su desempeño.
Si se necesitan argumentos, puedo agregar que lanzadores como René Arocha, Orlando y Livan Hernández, Rolando Arrojo, Osvaldo Fernández y Ariel Prieto, nunca fueron primeras figuras en el staff de los equipos Cuba. Como tampoco ocuparon lugares de privilegio en nuestras nóminas, atletas como Bárbaro Garbey o Reynaldo Ordóñez, quien no podía jugar regular en Industriales, el conjunto principal de la Ciudad de La Habana y que antes de irse a Estados Unidos, jamás integró la nómina de la principal selección de este país.
Jamás me atrevería a desconocer la tremenda calidad del béisbol dominicano, venezolano, boricua o mexicano. Quisqueya siempre fue cuna de peloteros sobresalientes, sus equipos resultaron rivales de mucha consideración para los de Cuba en la Serie del Caribe profesional y en los torneos de los Juegos Panamericanos y Centroamericanos, además de sus incursiones en aquellas Series  Mundiales, organizadas por la entonces Federación Internacional de Béisbol Amateur (FIBA).
Ahora bien, existen argumentos para asegurar que la mayor calidad del béisbol en Iberoamérica estuvo y está en Cuba. No es el aporte de figuras a las Grandes Ligas de Estados Unidos, lo que define esa realidad, porque los jugadores de aquí aptos para desempeñarse al más alto nivel, en su mayoría, no aceptan ser mercancía.
La historia, además, es concluyente. El primer pelotero latino  que militó en Grandes Ligas fue el cubano Esteban Belián y lo hizo en 1871, tres años antes de que se efectuara el primer juego oficial en su Patria. A partir de ese momento siempre hubo jugadores de esta isla caribeña en los clásicos del Big Show, algunos de ellos muy recordados, como Miguel Ángel González, Adolfo Luque, Merito Acosta, Roberto “Tarzán” Estalella, Camilo Pascual, Orestes Miñoso, Conrado Marrero, Roberto Ortiz, Tony Taylor y Willy Miranda, entre otros.
Hay otras reconocidas  estrellas cubanas de la primera mitad del siglo XX que como Martín Dihigo (El Inmortal), José de la Caridad Méndez y el puertopadrense Eleodoro (Yoyo) Díaz, por solo citar tres casos, no pudieron jugar en Grandes Ligas, víctimas de la injustificada discriminación racial que impedía a los negros militar en equipos de ese circuito, hasta que Jackie Robinson rompió esa absurda barrera, cuando fue firmado por los Dódgers de Brooklyn.
Según la Home Page de Juan F. Pérez, consultada en internet, si se toma como patrón el año 1950, hasta ese momento solo habían militado en Grandes Ligas 61 latinos y 51 eran cubanos.
Después de Esteban Belián (1871) llegó al circuito el segundo cubano, Sandy Navas (1882) y el tercer latino en pisar diamantes de la Gran Carpa fue un colombiano, Luis Castro (1903).
A partir de 1911 hubo una verdadera avalancha de jugadores de nuestro país y no fue hasta 1933 que llegó el mexicano Mel Almada y después, los también aztecas José Luis “Chile” Gómez (1935), Jesse “El Güero” Flores (1942) y Beto Ávila (1949); los venezolanos Alejandro “Patón” Carrasquel (1939), Jesús “Chucho” Ramos (1944) y Alfonso “Chico” Carrasquel (1950), y dos puertorriqueños, Hiram Bithorn, el primero de Borinquen (1942), y Luis Rodríguez Olmo (1943),
Y los dominicanos, ¿cuándo? En la primera mitad del siglo XX ningún pelotero de República Dominicana había podido pisar la grama de un estadio de Grandes Ligas. El primero fue Ozzie Virgil en 1956, cuando ya ¡71 cubanos! habían desfilado por la meca del béisbol rentado.
No me cabe la menor duda acerca de la calidad de la pelota en el resto de las naciones de Nuestra América que la practican, estoy convencido de la excelencia de las actuales plazas de lujo, principalmente, República Dominicana, donde el deporte de las bolas y los strikes es pasión, pero estoy seguro de que son muy pocos los capaces de desconocer, por cualquier motivo, que Cuba mantiene su condición de Reina del Béisbol en las tierras extendidas del Bravo a La Patagonia. Quisqueya es, hoy día, la plaza por excelencia del béisbol rentado, eso es cierto, pero hasta ahí.
Las decenas de estrellas que brillan en el firmamento de Cuba tienen clase más que suficiente para hacer lo mismo en las Grandes Ligas y hay otros cientos de jugadores aptos para sentar cátedra en cualquier otro circuito rentado del mundo. ¿Cuál es la diferencia? Que no se venden, regalan sus esfuerzos al pueblo que los sustenta, se ufanan por ganar medallas, por conquistar glorias para la Patria.
En esta época, cuando el profesionalismo copó todos los eventos internacionales de pelota, incluido el último que estuvo en el programa olímpico en los Juegos de Beijing-2008, se pone de manifiesto que a los cubanos no les resulta tan fácil ganar como ocurría en las décadas del 60 hasta el 90 del pasado siglo por la poca fuerza de los amateurs; sin embargo, las representaciones de nuestro país se han mantenido en la élite cuando no primeras, segundas y, ahora mismo, aparecen  en el número uno del ranking de la Asociación Internacional de Federaciones de Béisbol, la reconocida IBAF.
A quienes lean estas líneas solo les pido que asimilen mis razones y revisen los argumentos para que, después, como dice el brillante periodista cubano  Reynaldo Taladrid, saquen ustedes sus propias conclusiones.